Era en las noches de invierno, cuando papá Samuel y Joel estaban sentados en la cocina, cuando éste escuchaba embobado las narraciones.
Encima de la cocina, en una vitrina de cristal, había una maqueta de barco. Se llamaba Celestine su padre se lo había comprado a un indio pobre en Mombasa. Cuando papá Samuel colgaba sus calcetines húmedos a secar debajo, el cristal se cubría de vaho, y Joel se imaginaba que Celestine, envuelto en un banco de niebla, estaba esperando un viento favorable.
Encima de la cocina, en una vitrina de cristal, había una maqueta de barco. Se llamaba Celestine su padre se lo había comprado a un indio pobre en Mombasa. Cuando papá Samuel colgaba sus calcetines húmedos a secar debajo, el cristal se cubría de vaho, y Joel se imaginaba que Celestine, envuelto en un banco de niebla, estaba esperando un viento favorable.
Un día sería liberada la casa donde vivían. Levarían anclas y después se deslizarían lentamente por el río siguiendo la corriente, pasarían el cabo donde estaba la vieja pista de baile. Pasada la iglesia desaparecerían en los profundos bosques.
-Háblame del mar -solía pedir Joel. Entonces, papá Samuel encendía la radio y giraba el mando hasta que lo único que se oía era un ruido.
-Así suena el mar -decía-. Cierra los ojos y mira delante de ti. El mar que nunca se acaba.
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