Se ha hablado antes de Joel. Acerca de cómo crece en un pequeño pueblo norteño. Son los años cincuenta. Hace tanto tiempo… sin embargo lo tenemos tan próximo.
Se cría en una casa cuyas paredes crujen, cerca de un río con aguas claras que corren hacia el mar que él todavía no ha visto. Vive con su padre, papá Samuel, el leñador callado que una vez fue marinero y todavía sueña con abandonar los bosques sombríos e irse con el mar, pero que es incapaz de marcharse. Viven allí los dos juntos, Joel Gustafsson y su padre. Y los dos sueñan, aunque de manera diferente, con mamá Jenny, que un día desapareció. Que cogió su bolsa y se marchó. Está en algún lugar. Pero ya no está con ellos, los dejó y tienen que ocuparse el uno del otro. Ahora nadie sabe dónde está.
Los bosques de abetos permanecen en silencio.
Una vez Joel ve un perro corriendo por la oscura y fría noche de invierno. Algo le ha arrancado del sueño. Se acurruca en una ventana y de repente ve al perro ahí fuera en la noche. Se mueve sobre patas sigilosas hacia una meta desconocida. Por un instante aparece ante los ojos de Joel. Y luego vuelve a desaparecer. (…)
El Invierno del Perro es un invierno que Joel jamás olvidará. Es entonces cuando empieza a comprender que él es quien es y nadie más. Pero crece, se hace mayor, cumple los trece. Y de repente ha olvidado al perro. Un día lo atropella un autobús. Vive un milagro. Acaba tumbado entre las ruedas sin ser aplastado. Se ve obligado a darse cuenta de que un milagro puede ser difícil de comprender. Pero aprende. Y de repente todo lo demás es mucho más importante que el perro solitario.
Crecer es hacerte preguntas. Hacerte adulto es olvidar poco a poco aquello que te preguntabas de niño. Eso es algo que ha entendido. Y él no quiere ser un adulto de esos.
Cada vez busca más la compañía de Gertrud la Sin Nariz. Esa que vive en una curiosa casa en la orilla sur del río, al otro lado del amenazador puente del ferrocarril. Con ella comparte muchos secretos. Una gran alegría. Pero también pena y desilusión.
El tiempo no quiere detenerse.
Continúa corriendo.
Y Joel sigue corriendo a su lado. De su aliento surge un día tras otro, mes tras mes. De la nieve que se funde brota una nueva primavera, cuando los hielos sobre el río rompen y los troncos de madera vuelve a pasar flotando en su largo camino hacia el mar. Llega un verano más en que los mosquitos zumban y el sol parece no cansarse nunca de brillar. Llega un otoño en que los arándanos rojos maduran, las hojas caen y la escarcha cruje bajo los neumáticos de goma de las ruedas de la bici. (…)
Llega un otoño en que pronto cumplirá catorce años. Ahora duerme profundamente en su cama. En algún punto de la pared, cerca de su oído, un ratón roe. Pero él no lo oye. Nadie sabe lo que está soñando.
Fuera en la noche empieza a caer la nieve silenciosa.
Todavía falta mucho para el amanecer.
Fotos de Héctor Melo A. http://www.flickr.com/photos/chile-suecia
Fragmento inicial de El niño que dormía con nieve en la cama" (pp.11-13), Henning Mankell. Editorial Siruela.
Se cría en una casa cuyas paredes crujen, cerca de un río con aguas claras que corren hacia el mar que él todavía no ha visto. Vive con su padre, papá Samuel, el leñador callado que una vez fue marinero y todavía sueña con abandonar los bosques sombríos e irse con el mar, pero que es incapaz de marcharse. Viven allí los dos juntos, Joel Gustafsson y su padre. Y los dos sueñan, aunque de manera diferente, con mamá Jenny, que un día desapareció. Que cogió su bolsa y se marchó. Está en algún lugar. Pero ya no está con ellos, los dejó y tienen que ocuparse el uno del otro. Ahora nadie sabe dónde está.
Los bosques de abetos permanecen en silencio.
Una vez Joel ve un perro corriendo por la oscura y fría noche de invierno. Algo le ha arrancado del sueño. Se acurruca en una ventana y de repente ve al perro ahí fuera en la noche. Se mueve sobre patas sigilosas hacia una meta desconocida. Por un instante aparece ante los ojos de Joel. Y luego vuelve a desaparecer. (…)
El Invierno del Perro es un invierno que Joel jamás olvidará. Es entonces cuando empieza a comprender que él es quien es y nadie más. Pero crece, se hace mayor, cumple los trece. Y de repente ha olvidado al perro. Un día lo atropella un autobús. Vive un milagro. Acaba tumbado entre las ruedas sin ser aplastado. Se ve obligado a darse cuenta de que un milagro puede ser difícil de comprender. Pero aprende. Y de repente todo lo demás es mucho más importante que el perro solitario.
Crecer es hacerte preguntas. Hacerte adulto es olvidar poco a poco aquello que te preguntabas de niño. Eso es algo que ha entendido. Y él no quiere ser un adulto de esos.
Cada vez busca más la compañía de Gertrud la Sin Nariz. Esa que vive en una curiosa casa en la orilla sur del río, al otro lado del amenazador puente del ferrocarril. Con ella comparte muchos secretos. Una gran alegría. Pero también pena y desilusión.
El tiempo no quiere detenerse.
Continúa corriendo.
Y Joel sigue corriendo a su lado. De su aliento surge un día tras otro, mes tras mes. De la nieve que se funde brota una nueva primavera, cuando los hielos sobre el río rompen y los troncos de madera vuelve a pasar flotando en su largo camino hacia el mar. Llega un verano más en que los mosquitos zumban y el sol parece no cansarse nunca de brillar. Llega un otoño en que los arándanos rojos maduran, las hojas caen y la escarcha cruje bajo los neumáticos de goma de las ruedas de la bici. (…)
Llega un otoño en que pronto cumplirá catorce años. Ahora duerme profundamente en su cama. En algún punto de la pared, cerca de su oído, un ratón roe. Pero él no lo oye. Nadie sabe lo que está soñando.
Fuera en la noche empieza a caer la nieve silenciosa.
Todavía falta mucho para el amanecer.
Fotos de Héctor Melo A. http://www.flickr.com/photos/chile-suecia
Fragmento inicial de El niño que dormía con nieve en la cama" (pp.11-13), Henning Mankell. Editorial Siruela.
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